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He naufragado en un mar de recuerdos.

Ante el futuro incierto, busco en el presente
al que soy. Hoy ya no es ayer.
G.D.

Estar ROTO DE AMOR, duele.

G.D.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Aprendizaje







El martes 17 de febrero, en el diario Crítica de la Argentina, Antonio Muñoz Molina (autor de “El Viento de la Luna”) escribió acerca de la obra que David Rieff -hijo de la periodista y escritora estadounidense Susan Sontag- dedica a la enfermedad de su madre. Una mirada inteligente, plena de temperatura, hondos silencios y provocativas citas de ambos: madre e hijo…hablan sobre la vida, el padecer y el adiós (ver foto).

Sontag aporta: ante la enfermedad, “por primera vez, no me sentí especial”.
La novelista, fallecida en 2004, dejó una fecunda labor literaria, pensamiento crítico sobre el mundo actual: en guerra permanente, con avances destructivos y falsos progresos. Su postura política fue clara y comprometida. Su vida, buscó la belleza y el relato de historias significativas, ensayos aún vigentes y observaciones sobre el SIDA y la enfermedad, que conviene revisar para entender un poco más y no sentirse solo, aunque este sentimiento no pueda evitarse, pero sí atenuarse.

Antonio M. Molina vuelve hoy, en 2009, a Sontag, porque en Nueva York se publicaron los diarios de Susan adolescente, jovencísima, vital, rebelde, apasionada, inconformista, ardua y talentosa.

En Buenos Aires, durante el año de la verruga (y después), una y otra vez, con angustia, con fervor, por curiosidad, por necesidad, leí ese material -como el otros autores que nos han legado su experiencia, su sabiduría, su dolor y su voluntad- sintiéndome contenido, comprendido…

YA HABIAMOS DESCUBIERTO QUE NO ERAMOS NADA ESPECIALES, SUSAN…PERO TUS PALABRAS (AUSTERAS, DOLIDAS) NOS MARCARON Y ENCENDIERON. NOS CALMARON HASTA EL LLANTO, CREYENDONOS ETERNOS POR UN RATO, PERO SABIENDO QUE SOMOS PARTICIPES DE UN BANQUETE BREVE. TAN BREVE COMO LA VIDA. Y EN EL DEBEMOS SABOREAR LOS MANJARES DEL PRESENTE, LAS MIELES DEL AMANECER Y EL ROCIO LENTO, FRIO Y MORTECINO DE LAS NOCHES HELADAS.

El año de la verruga

Fue en 2006. Primero, Sofía, mi hija, con dos en una de sus manos. Luego, yo, en mi pie izquierdo. Qué complicación. Sin embargo, nada se compararía con un episodio que estaría por suceder. Cómo magnificamos, nos complicamos y apesadumbramos por una insignificancia. Y aunque posee un valor, aquello que parecía ser la caracterización del año; las verrugas, pasaron a décimo plano.
No por ser (siempre) exagerados ni dramáticos, nuestra familia –yo, en particular- le asigna “una cierta trascendencia” a los acontecimientos y actúa, en consecuencia. No dejamos de hacer. Siempre fuimos expeditivos, aunque con la experiencia de vida, fuimos, también (y por suerte) bajando el tono de algunas disputas, de algunos fracasos, de algunos problemas y carencias, y a recalcular esa “cierta dimensión” …
Fue sano obrar de ese modo. Yo, venía del yoga y algunas lecturas que me iniciaron en la contemplación y la meditación. Sin ser una persona muy calma, ello me ayudó a “armonizar” y ser menos impulsivo o exigente, revisar pensamientos, ideas, etc.
La sorpresa, igualmente, siempre existe. Lo latente puede ocurrir en el momento menos pensado. Todo lo construido puede verse amenazado. Desvanecerse, en un instante.
Lo inesperado e imprevisto sucede.
Y lo que uno consideraba “el problema”, se ve superado. Ahí, uno puede descubrir cómo la formación, los conocimientos, la solidaridad, los amigos, la familia, los recursos para evaluar el tema y actuar, tienen un valor real, tangible. Nos ayudan y serán nuestros aliados. Harán la diferencia.
En 2006, el cáncer apareció en mi familia. No fue ni es sencillo aceptar una enfermedad crónica. Ya, las verrugas, las otras enfermedades y problemáticas de nuestra historia, habían quedado atrás.
Suman dos los años que nos dedicamos a esta enfermedad que conmueve, transforma e impulsa replanteos espirituales, físicos, laborales y de convivencia.
Los médicos, las terapias, los grupos de ayuda y contención, los amigos, la gente, hacen sus aportes. Los medios de comunicación, las organizaciones, también.
A veces, de manera acertada. Otras, no.
El equilibrio es muy complicado de obtener. Aparecen miedos, efectos concretos…
Hay que hablar del tema. Resolver. Seguir. Volver a sonreír. Comer. Acompañar. Trabajar.
El ser querido enfermo nos necesita y, según su personalidad y carácter, actuará. Su entorno (nosotros) tampoco puede ser omitido. Uno siente, padece de forma diferente.
No se puede obrar, en todos los casos, del mismo modo. Escuchar y escucharnos (o preguntarnos) es necesario. Compartir la angustia, el dolor, las preocupaciones, indispensable.
Actuar rápido. No desatender la medicina tradicional. Analizar lo hecho, lo pendiente y pensar en lo bello y bueno vivido.
Eso sostiene. Comunicar y compartir, alivia. Encerrarse y callar, no sana ni atenúa. Estar triste es natural. Permanecer en ese sentimiento es lo que debe evitarse.
Existen para ello fundaciones que trabajan con responsabilidad y técnicas alentadoras. Más allá de las acciones médicas, es importante complementar con terapia psicológica y cambios profundos en el modo de ser y relacionarse.
En eso estamos, aún hoy. Seguimos -con esperanza- actuando.
Y así llegamos a este 2009. Gracias a la Fundación Apostar a la Vida (
http://www.apostaralavida.org.ar/) y a todos los que nos explicaron detalles fundamentales sobre qué hacer, dónde y cómo.
A la familia, a los amigos y afectos menos esperados. A la oración de muchos y a Dios que nos sigue guiando.

PD.: como anécdota, agrego, que las verrugas han vuelto a la mano de mi hija. Junto a su dermatólogo le estamos dando batalla.

1 comentario:

María Esther dijo...

Hola Gustavo! Imaginarás, porque somos amigos, cómo me ha llegado el tema que abordás.Siempre la experiencia del cáncer redimensiona la vida personal y familiar. Nos confirma no sólo nuestra finitud y lo efímero de nuestro existir, nos exige volver a apostar a vivir a pesar de todo...Así descubrimos capacidades y fortalezas que desconocíamos en nosotros y en los demás. Revalorizamos cada momento de nuestra vida y de cada "caricia" que nos da, en el amor, la amistad, una puesta de sol, el sonido de la lluvia, un gesto de consuelo...y cuánto más. Comparto tu sentimiento con respecto a la fuerza de la fe y la oración, Dios no nos suelta de su mano, aunque a veces no lo entendamos. Valoro tu lucha y la de tu familia, te dejo un opensamiento de Edgar Morin:"No podemos tener un optimismo ingenuo; podemos tener una espernza y un compromiso"
María Esther