lunes, 19 de julio de 2010
Hace 41 años: ¡Salud amigos!
Una pequeña gragea de felicidad, añoranza y presente. Ya son 41 los años transcurridos del arribo del hombre a la Luna; sin embargo, en mi memoria está intacta aquella mañana del ´69.
Por decisión de un argentino (al que entrevisté hace años, de apellido Febraro, si no me equivoco) el 20 de julio se consagró -en nuestro país- como Día del Amigo.
Ese día la humanidad fue (¿es?) una. ¿Podemos sostener esa idea, hoy, por más tiempo?.
A mis amigos (¿cuántos años hace que nos conocemos?) un abrazo cordial por estar, escuchar y acompañar. G.D.
Yo estaba fascinado con el acontecimiento. A los siete años, en aquel lejano 1969, las galaxias y los viajes espaciales despertaban el interés de casi todos los niños. Se leían las revistas “Anteojito” y “Billiken”; se coleccionaban enciclopedias estudiantiles y, desde hacía bastante tiempo, el mundo esperaba la noticia.
Yo estaba fascinado con el acontecimiento. A los siete años, en aquel lejano 1969, las galaxias y los viajes espaciales despertaban el interés de casi todos los niños. Se leían las revistas “Anteojito” y “Billiken”; se coleccionaban enciclopedias estudiantiles y, desde hacía bastante tiempo, el mundo esperaba la noticia.
Todo era posible en la llamada Era Espacial. Los libros de texto desarrollaban nuestra imaginación con figuras celestes, estrellas y planetas (recuerdo “Conocimientos en Acción”, de editorial Kapeluz); las maestras hablaban de ello y la TV argentina anunciaba el lanzamiento de la Apolo XI con Mónica Mihanovich (todavía no se la identificaba como Cahen d´Anvers, aunque siempre lo había sido) en Cabo Cañaveral, EE.UU.
Se esperaba el alunizaje con entusiasmo, algo de desconfianza y mucha intriga. “¿Para qué ir hasta allí; ocasionarán algún trastorno a la Tierra y a sus habitantes...?”, llegaron a preguntarse hombres y mujeres más preocupados por el devenir cotidiano que por el publicitado “avance de la Humanidad”.
Sin embargo, bajo ese rótulo lo anunciaron al mundo haciendo flamear la bandera de USA en el suelo lunar. Julio Verne y otros, hubieran quedado satisfechos.Yo, como tantos compañeros de la escuela y de la cuadra donde vivía, guardé el interior de un chocolatín “Milkibar” con la fotografía de la pisada de Armstrong agigantada, y seguí soñando con ser astronauta.
Años después, pasaron 35 años de aquel prometedor 1969, veo la Luna desde Tres de Febrero, entre Ciudadela y Caseros, y si bien no es la misma de mi infancia, se le parece. Mis sueños y mi historia han cambiado. Soy periodista, docente; tengo dos hijos y una esposa que también regresa a ella, cada tanto, cuando la evoca desde su memoria, compartiéndola con su madre y hermano, todos juntos, ante el televisor blanco y negro.
Jamás ingresé a un simulador de la NASA y menos a una nave espacial. Entre tantos homenajes y tributos a la Luna, como a la hazaña de recorrerla y caminarla, quise hacer el mío propio, sin explicaciones científicas ni justificativos sociopolíticos.
Más romántico o lírico; como lo han hecho decenas de artistas plásticos, escritores, directores de cine o compositores de música, a través de los siglos, mi modo de recuperarla es a través de la poesía.
“Mágico asombro”, fue dedicada, oportunamente, a mi primer hijo: Lucas, que buscaba -cada noche- la Luna desde mis brazos. Fascinado, también, la señalaba con apenas tres años.
Desde la revista “Caseros y su gente”, la compartí con los lectores nostálgicos, que alguna vez soñaron con ser astronautas o coleccionaron figuritas de cartón con la historia de los viajes espaciales.
(Copyright 2004)
Mágico asombro
Sales a buscarla.
Me llamas.
Como un cachorro tímido,
quieres al cómplice mayor.
La luna es tu aliada.
Majestuosa sobre nosotros,
gobierna el firmamento.
Su luz de oro, entibia el encuentro.
Es la luna: tu compañía.
Esa que aún no puedes llamar
y esperas cada noche,
para indicarme -con mágico asombro-
su forma amarilla,
en el cielo azul.
g.d.
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