viene de un post anterior...
Pausadamente, se dirigió a su cuarto, recostándose sobre la cama; pidió silencio y se limitó a oír.
De inmediato, pudo volver a escuchar el mismo goteo de siempre: “toc-toc, toc-toc, toc-toc…” y, sin proponérselo, se fue adormeciendo.
El plomero -un muchacho educado, tranquilo-, dejó pasar unos minutos; al ver que la mujer no regresaba ni contestaba a sus preguntas, se dirigió a la habitación viéndola dormida. La tapó con la colcha y decidió irse; antes escribió una nota.
Esa noche, al volver de su trabajo, Pedro halló sobre la mesa de luz un papel algo arrugado que decía: “Yo, señora, soy plomero. Por esta vez, he desarreglado la canilla; pero le aviso que, en realidad, no me dedico a esto. Si mi jefe se entera, me echa. Tengo cinco hijos, señora. Guarde el secreto y… no me pague, por favor”.
El "toc-toc, toc-toc, toc-toc…" de la canilla descompuesta, fue lo último que escuchó el joven de mameluco azul.
Al salir del departamento -y ya en el ascensor-, pidió mentalmente que los del 5to. “C” no volvieran a llamarlo.
Sentía miedo. Un sudor frío corría por su espalda mojando la camisa con gotas impensadas, tanto que, cuando se acercó al consorcio, le temblaban las piernas.
Gustavo D´Orazio
4 comentarios:
¿Dos partes? Me gustan estas historias que inducen a intuir una parte más. Ya tengo en la cabeza algunas preguntas sobre lo que hará el plomero (bonita palabra para lo que aquí llamamos fontanero), un posible regreso a la casa tal vez.
De la nieve hemos pasado a un calor inusual para estos días. Un abrazo fuerte.
"mameluco azul"... otra vez vuela mi imaginación.
Me imaginaba que era algo así como un mono de trabajo, y el diccionario me ha precisado que es una prenda de trabajo de una sola pieza. No sé si será lo mismo.
A mí me evoca al cuadro de Goya: "la carga de los mamelucos".
Consorcio, he preferido no bucarla. Prefiero no estar seguro de lo que significa, e imaginarme al joven sudoroso acercándose a un lugar temible.
En cualquier caso, es un relato sugerente. Me gustó.
Una sonrisa.
Es llamativo el remordimiento o la culpabilidad del plomero al haber ido en contra de su rutina habitual. El insólito pedido de la mujer, tan absurdo, lo desequilibra totalmente.
¿No está llena de absurdos la vida?
Gracias, Gustavo, por este nuevo trabajo.
Abrazos.
Me encanta no solamente el final que le diste al relato sino los comentarios que provocó.
Me pregunto si en nuestras vidas, a veces tan estructuradas, nos permitimos hacer "desarreglos" contra toda rutina en favor de los "hábitos" de los otros... Es lo que pensé a medida que iba llegando al final. Un abrazo.
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