PAGINA 12 - SE CUMPLE
EL CENTENARIO DE LA MUERTE DE PEDRO BONIFACIO PALACIOS, ALMAFUERTE
Un poeta
popular y suburbano
Lejos de
todo canon literario, supo expresar a los trabajadores de su tiempo, a hombres
errantes y anónimos. Inmortalizó la frase “No te des por vencido, ni aun
vencido” y fue reivindicado, en el siglo XX, por Ricardo Iorio, que le puso
Almafuerte a su banda heavy.
Almafuerte
fue también periodista, bibliotecario, traductor y maestro.
Por Cristian Vitale
Procede
como Dios, que nunca llora;
o como
Lucifer, que nunca reza;
o como
el robledal, cuya grandeza
necesita
del agua y no la implora...
Nació en la
periferia de Buenos Aires, en un momento muy lejano: San Justo, 1854. Y eso era
(es) ver el mundo desde otro lugar. Y más si se es poeta. Tipos como él, Pedro
Bonifacio Palacios, Almafuerte, son un caso clave. Escribió en “¡Avanti!”, uno
de sus poemas. “Si te postran diez veces, te levantas / otras diez, otras cien,
otras quinientas / no han de ser tus caídas tan violentas / ni tampoco, por
ley, han de ser tantas”. O ese otro, tan conocido, que insta a ser bravos por
la libertad: “No te des por vencido, ni aun vencido / no te sientas esclavo, ni
aún esclavo / trémulo de pavor, piénsate bravo / y arremete feroz, ya mal
herido”. Versos intensos, versos de amor y de sangre, que también podrían
trocar su sujeto y estar dedicados a una mujer, como los que forman la segunda
parte de La Yapa: “Tengo celos del sol, porque te besa / con sus labios de luz
y de calor / del jazmín tropical y del jilguero / que decoran y alegran tu
balcón”. Si a la fina y aguerrida belleza de su pluma, se le agrega que, a casi
un siglo de esas letras, un grupo de rock de sus pagos adoptó su apodo como
bandera, el círculo cierra. Y bien.
Almafuerte,
en clave de canción pesada, pinta la trascendencia popular y suburbana de Pedro
B. “De muy pibe me encontré / con tu estatua una tarde / luego de eso comencé a
leer tu nombre en muchas partes / colectivos, comercios, salones, bibliotecas
populares, calles, barrios, pueblos, bares / y sentí en mi de vos saber / En
San Justo escuché / a mis abuelos nombrarte / tuve suerte el día que a tus
escritos llegué / Masticaste soledad / por no callar verdades / y contra la
ignorancia guerreaste / sin títulos que te respalden”, canta Ricardo Iorio con
voz de trueno y la ecuación da un monstruo que, en verdad, nunca estuvo de
fiesta. Pedro Palacios “Almafuerte” fue precisamente eso, un monstruo divino
que no estaba festejando, porque sabe que festejar, para los desamparados, dura
poco. Que la fiesta eterna es la de cien familias, con sus propios poetas de
elite. Y él, bueno, él ni título tenía.
No entraba
en ese target. Más bien, era poeta de obreros, tipos y tipas errantes y
anónimas, de gente de suburbio, laburante, refractaria al tilingo medio. Gente
que se había adelantado al aluvión zoológico, por una simple cuestión de época,
padres o abuelos de quienes atravesarían el Riachuelo, casi en la mitad del
siglo XX, para pedir por sus derechos. Es bueno recordarlo –o saberlo–hoy,
martes 28 de febrero de 2017, porque se cumplen cien años redondos de su
muerte. Había nacido como Pedro Bonifacio Palacios, en San Justo, el 13 de mayo
de 1854, cuando Buenos Aires estaba separada de la Confederación Argentina. El
parto fue en el seno de una familia que yacía en el subsuelo de la patria. Ese
que aún no se había sublevado. Encima, su madre muere cuando él era un niño, y
el padre lo abandona en manos de parientes cercanos. El fue poeta, claro.
También periodista, bibliotecario, traductor y maestro.
Pero lo primero que
hizo, tal vez para sublimar tanto dolor, fue pintar. Luego sí, desencantado por
un apoyo estatal que nunca llegó, empezó a ganarse el mango dando clases en
colegios normales de su barriada. Y, tras ello, en escuelitas rurales donde
llegó a ser director de una de ellas, en Chacabuco, y trabó contactos cercanos
con los caudillos de pago adentro. También impartió saberes en Salto, en
Mercedes, pero lo bajaron por no tener título habilitante, como dice la canción
de la banda.
Otra
versión dice que algunos de sus poemas eran severamente críticos para con el
gobierno de la era: el de Domingo Faustino Sarmiento, y eso lo transformaba en
carne de persecución, como Felipe Varela, Juan Saa, o Vicente “el Chacho”
Peñaloza.
Lo mismo le ocurrió a seis años de fin del siglo XIX, en una escuela
de Trenque Lauquen, donde también vivió, también dio clases y también fue dado
de baja, por sus polémicas. Tampoco accedió a cargos políticos que se le
ofrecieron, ya en el siglo XX, para no entrar en contradicción con sus
diatribas. Y, cuando finalmente pudo tener un final de vida manso por una
pensión vitalicia que recibió del Congreso Nacional, murió. Fue en La Plata, un
día como hoy pero hace cien años, y el tenía sesenta y dos. Murió, pero están
sus dibujos, sus libros, ensayos y poemas, guardados y expuestos en su
casa-museo platense. Tal vez ¡Molto piu avanti ancora!, sea el que mejor pinte
la preexistencia de un ser genuino y visceral. “El mundo miserable es un
estrado / donde todo es estólido y fingido / donde cada anfitrión guarda
escondido / su verdadero ser, tras el tocado”. Una forma sutil de decir
careta.
1 comentario:
La dura vida de los que no se venden nunca, ni en un descuido. Afortunados nosotros que tenemos su obra para meditarla, para conocerlo, para conocernos.
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