La primavera llegó,
golpeó
y golpeó
la puerta del corazón,
pero ésta no se abrió.
Al año siguiente,
ella retornó con ímpetu
y aroma a fresias;
llamó a la puerta
-como lo había hecho por mucho tiempo-
y un corazón algo cansado,
apenas si latió más acelerado,
alterándose.
Entonces, la primavera,
renovada como nunca,
ingresó de prepo
y le insufló su fuerza.
“Demasiado tarde, Bella Mía”,
dijo una voz ronca,
acostumbrada a la soledad
y a una circulación sanguínea apacible.
“Otoños e inviernos
socavaron mi vitalidad.
Veranos tórridos
quemaron mi resistencia”, agregó.
“Te esperé en épocas equivocadas.
Hazme tuyo ahora;
inúndame de flores y mariposas
que me eleven al cielo”.
Gustavo D´Orazio
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