Desde la Argentina, un refugio para quienes deseen indagar en el imaginario de un amante de la palabra... Literatura, periodismo; fusiones e invenciones en un océano virtual que jamás pensé integrar.
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He naufragado en un mar de recuerdos.
Ante el futuro incierto, busco en el presente
al que soy. Hoy ya no es ayer.
G.D.
Estar ROTO DE AMOR, duele.
G.D.
lunes, 23 de mayo de 2011
Comentario
A propósito de LA PROMESA, de Silvina Ocampo.
No me decepcionó ella como autora. Su novela, tal vez pretenciosamente catalogada como “el inédito más esperado”, me conquistó desde el inicio para dejarme huérfano al final.
Fui, como la protagonista, naufragando sin posibilidad ni oportunidad de rescate.
Elogio su idea, la estructura novedosa (con minibiografías, de unidad propia) y ciertas frases -guiños y opiniones- exquisitas, punzantes, hilarantes. No así el contenido, por banal o superfluo. Hay algo de Manuel Puig aunque, en el texto de Silvina, se indague en gentes “bián” (como se les decía en su época a quienes formaban las clases medias altas y altas).
Hay algo de chimento; de fisgona con observaciones muy femeninas que hacen de La Promesa (¿un cuento largo o una novela corta?) un texto atractivo pero menor.
La mejor Silvina está en sus cuentos y poemas. Claro que su ingenio, elegancia, acidez y provocación se hallan intactos. Ella trabajó mucho tiempo este material que vio la luz recién ahora, años después de su partida definitiva.
Estoy casi convencido de que a ella (por algunas lecturas que realicé) no le cerraba la trama o el final de La Promesa: un libro que apreciaba. Sí la idea central, que la subyugaba, pero ésta no se sostiene ni desarrolla -o resuelve- de la mejor manera.
Los agregados de la náufraga se destacan; son oportunos, de tono existencial y profundos. Uno, sin estar a la deriva, ni sumergido en el océano, llega a sentir cómo ese personaje se desdibuja, se pierde entre recuerdos, sueños e imágenes del pasado y urgencias del hoy.
Silvina Ocampo/la náufraga, busca su identidad en La Promesa, una identidad que estará, definitivamente, en su rostro, en sus manos características y en una obra maravillosa (y singular) que no necesita de los inéditos que en vida no publicó.
GUSTAVO D´ORAZIO
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