LAS HORAS MUERTAS
Fiebre.
Racimos de uva que crujen.
El heladero que grita,
allí, afuera...
y yo sin poder salir.
Fiebre por horas.
Veranos encerrado,
a la hora de la siesta...
y el heladero que huye,
que dispara.
Descalzo, busco escapar del barrio,
de la tarde,
de esas horas muertas.
Busco apaciguar la sed,
mis ansias de sabores frescos...
pero el heladero ya no está.
Su bicicleta blanca es sólo un punto
bajo el sol ardiente.
Con mi moneda de un peso,
vuelvo al agobio de la siesta,
al barrio silencioso,
crujiente de uvas.
Tal vez mañana logre alcanzarlo,
si es que primero consigo ese peso maldito,
afiebrado,
que bien puede animar
las horas muertas de una siesta,
de mi siesta interminable.
Fiebre.
Racimos de uva que crujen.
El heladero que grita,
allí, afuera...
y yo sin poder salir.
Fiebre por horas.
Veranos encerrado,
a la hora de la siesta...
y el heladero que huye,
que dispara.
Descalzo, busco escapar del barrio,
de la tarde,
de esas horas muertas.
Busco apaciguar la sed,
mis ansias de sabores frescos...
pero el heladero ya no está.
Su bicicleta blanca es sólo un punto
bajo el sol ardiente.
Con mi moneda de un peso,
vuelvo al agobio de la siesta,
al barrio silencioso,
crujiente de uvas.
Tal vez mañana logre alcanzarlo,
si es que primero consigo ese peso maldito,
afiebrado,
que bien puede animar
las horas muertas de una siesta,
de mi siesta interminable.
Gustavo D´Orazio (R)
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