Tecnoperiodismo:
¿Una Vanguardia Digital?
La Primera Revolución
Los avances de la ciencia y la técnica, desde una perspectiva histórica, siempre influyeron en la vida cotidiana de las personas, aunque no del mismo modo.
Con la aparición de la imprenta moderna (de tipos móviles y metálicos; creada y mejorada por Johann Gutemberg[1] entre 1434 y 1456), la difusión de ideas se hizo más popular, aunque sin generar un cambio profundo en la apropiación del conocimiento.
Poder y saber continuarían unidos aún por siglos, negándole horizontalidad a esa explosiva amalgama de factores que, recién después de la Revolución Francesa (1789) y otros acontecimientos de la Vieja Europa y el Nuevo Mundo, iniciaría una complicada y sinuosa evolución, hasta arribar a nuestros días.
Entre medio, siglos de oscuridad e instantes de luz cobijaron a soñadores, insurrectos, sabios e inescrupulosos.
Tanto en Oriente como en Occidente, las pequeñas anécdotas cifran conquistas y desencantos sugerentes. Baste para ello acercarse al texto “Información y Poder”, del español Pizarroso Quintero[2], para comprobar como bajo distintas ideologías políticas y creencias filosóficas, los procesos de concentración y extensión de la información (flujo) marcaron avances y retrocesos de un rumbo global, que instaló a la humanidad en un mismo cuadrante de tiempo, pese a que las agujas de ese reloj universal no marcharan a un ritmo similar, en Africa o en el mundo musulmán.
“El triunfo del libro impreso –afirma P. Quintero- trajo consigo la consolidación de las lenguas vulgares, lo que significaba su “democratización”, pero al mismo tiempo su “provincialización”. Con la imprenta sólo triunfaron algunas
lenguas vulgares, que tendieron a convertirse en lenguas nacionales desplazando definitivamente a otras muchas que, por razones políticas, no fueron favorecidas por el nuevo invento, como susedió en el caso de Francisco I de Francia, quien prohibió cualquier impresión que no fuese en “francien” (dialecto parisiense), perdiéndose así, para la cultura escrita, otros dialectos que coexistían en su reino”[3].
“Los primeros cien años de la imprenta -agrega- produjeron un cultura libresca que no era muy diferente de la manuscrita producida en la época inmediatamente anterior. Probablemente, no se puede comparar la trascendencia del salto de la comunicación oral a la escrita con la que supuso la transición del manuscrito al impreso. Sin embargo, el paso del mundo manuscrito al impreso no es simplemente cuantitativo, puesto que ello significó, además, que de un determinado texto se pudieran producir un gran número de copias en un tiempo determinado y que, tras la imprenta, este proceso se multiplicaría ad infinitum”[4].
Un texto escrito manualmente conserva todavía un carácter íntimo, privado. Y su difusión , más reducida, está limitada a un círculo breve de lectores.
El mecanismo de la impresión, incorpora entre el escritor (escribiente o copista) y el lector un elemento técnico extraño, distanciador y despersonalizante, que hace de la palabra impresa algo sacro -ajena a la mano del hombre-, que se objetiviza y convierte en documento indubitable.
Al menos eso sucedió en algunos ámbitos culturales, perdurando hasta hoy.
Esta verdadera revolución, no fue brusca, de todas maneras. En el siglo XV aún circulaban numerosos libros, noticias y sueltos manuscritos, que convivían con “los impresos” en letras de molde.
“Civilización Gutemberg”
Se dice que ya en el 1500, la producción de libros impresos (unos 8 millones en Europa) superaba a la suma de todos los volúmenes manuscritos de los mil años anteriores.
El noticierismo manuscrito, por su parte, floreció en el Viejo Mundo poco antes de la aparición de la imprenta, y alcanzó sus mayores tiradas en convivencia con ésta.
A los calendarios que Gutemberg imprimió en 1448, en su taller de Maguncia, se le agregaron las cartas de indulgencias que pronto serían producidas “en masa” por todos los impresores europeos.
Asimismo, por razones económicas, y de interpretación del mercado que se advertía, estos artesanos, cuyo oficio consistía en escribir con plomo, empezaron a editar breves historias sobre acontecimientos recientes (“ocasionales”), sencillos de imprimir y rápidos de vender.
De hecho, la mejora en las comunicaciones, la existencia de ciudades cada vez más populosas (e interrelacionadas) y un cierto número de lectores, garantizaba la salida de información acerca de los descubrimientos, los viajes y el comercio en aumento, en una nueva civilización.
Las cartas de noticias y los “avisi” a mano poseían un carácter más privado, aunque se vendieran; en cambio la presentación impresa, imponía otro tono, estandarizando (o
igualando) el mensaje en una multiplicación rauda y perfecta.
La simultaneidad de ambas formas de “comunicar”, se registró casi por dos siglos. Esta convivencia de técnicas irá desapareciendo gradualmente, hasta que en el siglo XVII aparecen las primeras publicaciones periódicas, semanales, llamadas gacetas.
Se inicia así la historia del periodismo y su estrecho vínculo con los cambios tecnológicos. Primero, bajo elaboraciones esporádicas, luego con un ritmo preciso (anual, semestral y, por fin , semanal) y un sentido de actualidad que valorizaba “el hecho” dándole una primitiva categoría de noticia.
Notas de viajes, datos sobre el comercio, pronósticos astrológicos, carteles o anuncios ; decisiones de la Iglesia, de las Cortes; la Biblia y otros textos inundaron de papel el micromundo (ampliado y alterado) de la Edad Moderna.
Pero no era sólo papel. Sus contenidos podían ser tan o más peligrosos que los provenientes del prolijo amanuense.
La censura y los controles del Estado, no tardaron en instalarse al comprobar que la furia estaba desatada. No era lo mismo un copista y sus decenas de ejemplares (lentos y primorosos) que los miles de impresos arrojados por la máquina velozmente.
“La salvación” –entendida y ejercida por quienes no deseaban compartir los efectos positivos del invento, y únicamente observaban las “nefastas consecuencias”que de él podían emanar-, provendría de los escasos alfabetizados (en franca expansión, entre los siglos XVII y XVIII) y de las prohibiciones eclesiásticas y monárquicas.
El saber, el conocer, el informarse ya no serían tan simples de custodiar.
La imprenta había irrumpido con una fuerza inimaginable, que modificaba la difusión de las ideas, intensificando su propagación, al expandir (como nunca antes había ocurrido) un hecho, una frase, un nombre, una verdad o una mentira.
La Era Electrónica
Si la invención de los tipos móviles de Gutemberg forzó al ser humano a comprender en forma lineal, uniforme, concatenada y continua [5], el paso de un espacio acústico (donde reinaba la palabra hablada y las emociones, sin dirección ni frontera) a otro más estructurado, con límites precisados (bordes, márgenes y caracteres definidos, renglón por renglón), trajo una novedosa forma de pensar y actuar en el espacio, siguiendo un orden y una racionalidad que no solo influyó en las comunicaciones.
“El pensamiento lineal -sostiene McLuhan- produjo en la economía: la línea de montaje y la sociedad industrial; en la física: las visiones newtoniana y cartesiana del universo como un mecanismo en el que es posible localizar un suceso en el tiempo y el espacio; en el arte: la perspectiva; en la literatura la narración cronológica”[6].
Este impacto de los progresos tecnológicos modeló estadios, que construyeron eras o etapas en el largo camino de la comunicación humana. De la era preliteraria o tribal (cuando la palabra era reina y el oído rey), se pasó a la vigencia de la palabra impresa y al dominio del ojo; con la aparición de la electrónica, irrumpe un compromiso sensorial más abarcativo (totalizador), donde todos los sentidos son juglares de la corte real, sin rey ni reina.
Siguiendo las métaforas de McLuhan (1911-1980), ese teórico canadiense, único e insustituible a la hora de analizar los mass-media, el ciclo de mayor influencia de la prensa periódica, con uso pleno de las técnicas adopatas para la difusión y distribución de noticias, se registra entre los años 1870 y 1914.
En este período -conocido como la Edad de Oro, también- se imponen los papeles impresos, que no tienen competencia.
Europa y América lanzan, entonces, periódicos que aún hoy se editan, insertándose en un mercado propicio para lectura, el debate y la información. Por consiguiente, se afianza una profesión u oficio: la del periodista, y surgen -con estatura propia- las editoriales, las agencias de noticias y los sistemas de distribución que debían garantizar la llegada del material periodístico a la redacción, o del diario al lector .
Hasta ese momento, el periodista o redactor escribía para el ojo, y de manera manuscrita hasta que, en 1874, la firma Remington comercializó un invento ruidoso : la máquina de escribir.
Un nuevo paradigma encuadraba, ahora, a los escritores; separando de quienes se negaban a abandonar el lápiz (o el plumín y el tintero) a los que reconocían en el avance -en esa máquina personal- una forma distinta de crear, de extender el pensamiento y convertirlo en escritura impresa.
Aprender a digitar un teclado de letras dispersas, alineadas según un orden antojadizo, fue un pequeño-gran desafío que alejó (o demoró) a los más conservadores, pero aglutinó a los vanguardistas: inquietos y jóvenes que, rápidamente, comprendieron cómo la tarea periodística, la comunicación humana, estarían siempre sujetos a los avances de la ciencia y la tecnología.
Resistencia, rechazo y aceptación son las actitudes esperables ante la aparición de nuevas herramientas; nuevas ideas, concepciones y verdades. Nunca ha sido inmediata y generalizada la incorporación (comprensión) de inventos o procesos, teorías o descubrimientos.
Irrumpir en el “status quo” de un momento sociopolítico determinado, con dispositivos tecnológicos o modelos de pensamiento diferentes -alternativos, desconocidos- moviliza estructuras muy arraigadas en la cultura individual y colectiva.
Sólo las mentalidades más flexibles se hallan dispuestas a ensayar, y dudar de lo usual y heredado, sepultando dogmas cuestionables o perimidos, que -finalmente- serán reemplazados por otros que, a su tiempo, podrán sustituirse también.
Así se explican las persecuciones, los desvelos y temores que sufrieron , históricamente, los seres originales e innovadores que torcieron el rumbo de la humanidad, al hacer públicas sus invenciones: valoradas y asimiladas -en muchos casos- tardíamente.
Volviendo a la prensa y al libro, estos jamás pudieron desvincularse del rótulo “poderosos agentes de cambio”. Es que a través de ellos -y con el cine, la radio y la televisión, más aún- experimentamos el mundo, interactuamos los unos con los otros y utilizamos los sentidos físicos como la razón.
Para informarnos, para distraernos, para conocer y aprender. Para eso están los medios de comunicación, y el periodismo.
Sin embargo, cuando la radio hizo su aparición (1900-02), el único medio informativo, que era la prensa, perdió la exclusividad.
El cine (mudo -1895- o sonoro -1927-) cumple otra función, aunque haya sido empleado para documentar acontecimientos e informar mediante noticieros. Pero su misión primordial se ubica en entretener, conmover y relatar historias, reales o surgidas de la ficción, con actores.
La radiofonía, en tanto, transformó, con sus peculiaridades, la tecnología de la era del espacio acústico, redefiniendo los alcances y el formato del discurso hablado o de la oralidad pura.
Anteriormente, la escritura, la imprenta y el telégrafo electríco (1837, Morse), ya lo habían modificado al otorgarle otras cualidades y provocar efectos desconocidos sobre la organización social y cultural, que sobreviven en la era electrónica, interpretados ya por diferentes teóricos y escuelas de análisis.
De todos modos, el habla y la escritura mutarían una vez más, cuando la radio redujo al “discurso oral” a un solo sentido: la audición. Al ser escuchado, éste debió concebir una escritura para el oído, y como había sucedido antes con la palabra escrita, los cinco sentidos físicos del hombre volvieron a separarse, creándose la ilusión del habla.
El periodismo, en esta etapa, y con estas tecnologías, se encuentra maduro y cuestionador. Cuenta con trayectoria, ha diversificado sus canales o soportes de difusión y conoce sus debilidades y fortalezas. El público ya no es una entidad ignorada. Se lo evalúa y satisface, adecuando los mensajes a sus preferencias, necesidades y exigencias.
Para cada tema, cada hecho y personaje existen géneros y estilos que ajustarán el tratamiento, tornándolo atractivo y comprensible. Para cada medio (sea una editorial, una
agencia o una radioemisora): un tipo de audiencia, una determinada capacidad económica y una ideología que sustente sus opiniones y marco ético. También, crecen en paralelo, las organizaciones que reúnen a los medios, a sus trabajadores; a las agencias de publicidad, a los “expertos gubernamentales”que deben legislar contemplando los cambios, y a la industria de insumos para tornar posible la magia de estos “increíbles aparatos”.
Falta, tadavía, el arribo de la gran innovadora: la televisión que, aunque experimentada en 1925, cobra notoriedad y cautiva al público, recién en la década del ´50 [7], expandiéndose entre los hogares de clase media y media alta, primero, para luego masificarse y “penetrar” en las vidas privadas de la personas, que verán alteradas sus costumbres ante la presencia (y programación) de este amigable electrodoméstico (?).
Considerada por McLuhan “un medium” que requiere alta participación por parte del espectador, que debe involucrar casi todos sus sentidos, a fuerza de exposición, y tras la gestación de un lenguaje propio (que divide, fragmenta, altera, resume y repite), en la actualidad -control a distancia en mano- y otras posibilidades técnicas, como la de apreciar en simultáneo dos canales- esta idea es discutida por las nuevas generaciones de teóricos -y hasta el público-, conocedores de un diagnóstico que perfila a las audiencias de TV como “menos incluidas o ensimismadas, y más volátiles, flexibles y con suficiente retentiva, como para seguir dos estructuras de comunicación dispares en paralelo, mientras hacen otra actividad (comer, dialogar y hasta escribir)”.
De lo Físico a lo Virtual
El periodismo, por ende, se adaptó a las mutaciones del medio (aprovechando los aportes del satélite, el color, la miniaturización, la fibra óptica, etc.) y los cambios registrados en el comportamiento de las audiencias, sin olvidar que la imagen (fija o en movimiento) convive en la TV con la palabra oral y escrita, a un ritmo que debe dosificarse. Donde el punto de vista de la toma, o la estética de la escena, tendrá que equilibrarse con el contenido para no “vaciar”o “neutralizar” ese instante de la realidad, que ya no es el mismo del hecho real, sino una construcción subjetiva del medio, a partir de un modo particular de comprenderlo, transmitirlo, mostrarlo y contarlo.
“Mirar sin ver. Vivir sin ser”, es el axioma que mejor (¿o peor?) describe al espectador sobreexpuesto, bombardeado de información (mensajes escritos, hablados, imágenes, etc.), en esta conflictiva postmodernidad.
Creerse mejor comunicado por estar más informado o, lo que es más grave, confundir “conocimiento” con mera data informativa, sin sentido de aplicación o utilidad próxima, es otra de las ideas que flotan en el imaginario de estos tiempos.
Nada más alejado de estos intereses del mercado global, que la palabra clara (en nada confundida) del escritor Ray Bradbury, un intelectual vibrante que se anima a cuestionar los modelos de comunicación establecidos, cuando afirma: “Tenemos demasiadas comunicaciones, estamos demasiado comunicados, pero para qué. ¿Por qué se quiere estar en contacto con todo el mundo?. Yo -dice- creo en el contacto humano”[8].
¿En qué creen los periodistas actuales y las empresas que invierten en tecnología de última generación, para no quedar desplazados?.
¿De qué periodismo hablamos cuando las etapas antes señaladas, signadas o dominadas por un único medio (o tecnología), se superponen en el multimedia: una combinación de lenguajes y herramientas “todo terreno”, que muchos creen conocer y emplear, mientras los más cautos intentan bucear en sus aguas para determinar
-verdadera y científicamente- cómo será el Periodismo de la era Digital.
¿Una continuidad “aggiornada” del periodismo electrónico?; ¿un mix de excelentes microprocesadores, alta definición de imágenes e infinito -como veloz- almacenamiento de contenidos interactivos?..., o un interesante planteo de transformaciones, donde las posibilidades del nuevo lenguaje de la información todavía no está cerrado (resuelto), y caben miles de interrogantes, como lo destacó Ramón Salaverría, académico de la Universidad de Navarra, al participar del seminario “Periodismo e Internet”, celebrado en nuestro país[9], recientemente.
“Adios a la Máquina”
La frase sintetiza el parecer de Walter Mossberg[10]: el más poderoso (y polémico) columnista de tecnología en los Estados Unidos, que -por estos días- libra su propia guerra contra la elite tecnológica.
Pero a no malentender. Mossberg no está en contra del avance y la tecnología. Sí de la complejidad que se le incorpora para su uso y de la “mística” con que se rodea a un aparato, “una máquina”, que no es más que éso: un equipo que debe ser útil y accesible; no para unos pocos que cuentan con el dinero (y el tiempo o las ganas) para adquirir una PC, aprender a operarla y sacarle provecho.
Esa es la filosofía básica de este periodista que se preocupa más por quiénes accederán a la imformática y lo que hallarán en ella: ¿música, videos, encuentros virtuales, información útil para realizar viajes, compras, investigaciones educativas, entretenimientos, erotismo...?, que por comentar las “maravillas de la informatización” junto a las novedades del mercado que -habitualmente- patrocina y promueve el periodismo de CyT.
“¿...Y del periodismo, qué?”, se pregunta.
Menudo dilema, cuando hace apenas una década que la Revolución Digital se ha expandido por el planeta Tierra, y su preanuncio, paradógicamente en un libro, “Being Digital – Ser Digital”, de Nicholas Negroponte (Laboratorio de Medios del Instituto de Tecnología de Massachusetts – Media Lab, MIT), data de 1995.
No obstante, desde hace algunos años, los periodistas y las empresas editoriales, comenzaron a indagar en este terreno. Se presentaron versiones digitales de revistas, diarios, publicaciones en CD Rom, páginas o sites especialmente creados para “informar en tiempo real” y/o “entretener”, descubriendo que para crear y actualizar esos espacios requerían de recursos económicos, pero también del conocimientos y los profesionales aptos, que provenían de muy diversos campos: como la ingeniería en sistemas, el diseño y la escritura.
Las radios y los canales de TV no tardaron en posicionar algunos de sus programas en la Web. Con posibilidades de Chat, conexión en vivo, intervención en foros de opinión, envío de mensajes -mails-, selección de temas musicales, notas de archivo, lecturas, compra de merchandising y otras alternativas, cualquier deseo puede ser cumplido conexión on-line mediante.
¿Pero qué hace un hombre o una mujer recluido, frente a su PC, sin salir al mundo?, ¿qué le pasa a la gente que no quiere abandonar su casa, creyendo poder resolverlo todo desde la pantalla y el mouse de su procesador?.
Según Ray Bradbury, creador del todavía vigente “Fahrenheit 451”, “ni Internet, ni las computadoras, son malas en sí mismos, lo que sí puede ser malo es el uso que uno hace de ellos. Para mí es la gente la que tiene que decir cuál es la función de la tecnología en su vida, y cómo va a usarla”[11].
¿Y la función de este Nuevo Periodismo, que no es el de Tom Wolfe o Norman Mailer, preocupados por innovar en la forma de narrar, sino del conocido como “periodismo digital; on-line”, cuál es?.
¿Está definida, entre tanta disputa de marcas, ponderaciones tecnocráticas y detractores irreflexivos?. Parece que aún no.
La Revolución Digital
Existe sí un periodismo del tercer milenio, apoyado en las tecnologías que se imponen, aunque parece prematuro argumentar y precisar los mecanismos que operan en su generación y permanencia.
La fragilidad de esa información, soportada tan solo en bits y leída sobre cristal líquido, tornan más efimera la realidad, la memoria (personal y social) e impensados los riesgos que pueden representar la dependencia de almacenamiento y registro de datos en los cerebros de las computadoras[12].
Igualmente, periodistas, diseñadores e ingenieros no ignoran que las estructuras narrativas en los medios no lineales, son otras, o que la interactividad altera el rol del recpetor-
usuario, y convierte al espectador en un “constructor del relato”, gravitando aquí -sobre manera- las interfases concebidas.
Asimismo, en la cibercultura, un click o un ícono definen cómo y qué se destaca o aísla de una página; minimiza o maximiza, devela u oculta, interrelaciona o no.
¿El hipertexto (entendido como un concepto que narra, al igual que el diseño o la organización de pantalla), es producto de una vinculación intuitiva, emotiva, racional, meditada o se ejecuta mediante los pases del ojo, en respuesta al vertigo de la sociedad de la información y la acción de la mano?.
¿El periodista del año 2000, en la Argentina, es un animal apto para la navegación, el zapping y el surfing?. O sigue formándose para las redacciones informatizadas pero de diarios y revistas impresos en papel; y para las radios y canales de televisión tradicionales?.
El impacto de estos vocablos es mucho más concreto que una hilación discursiva, incomprensible todavía para muchos oídos e intelectos.
Es la demostración de cómo en Internet se concentra la mayor cantidad de información generada por el hombre, en los últimos tiempos; que la panacea de “la red de redes” no es tal: hacen falta recursos y habilidades para ingresar y saber salir con lo que uno buscaba, y lo que es más complicado: poder realizar una valoración crítico-reflexiva de lo que en ella se publica.
Al periodismo (tanto a la empresa como al profesional), le cabe, entonces, un desafío mayúsculo. Sin descuidar sus productos clásicos, conocidos (y que también se modernizan por la influencia de los otros medios), ingresar a estas modalidades novísimas de comunicación y no defraudar.
Básicamente, el gran desafío se sitúa en conocer qué se quiere ofrecer, a quiénes , cuándo y cómo. Si detrás de estas preguntas, faltan la experimentación, el ajuste a tiempo, la indagación permanente, la ética y las ganas de responder creativamente a los retos técnicos, políticos y económicos , la batalla estará perdida. Y los perdedores no serán exclusivamente las organizaciones proveedoras de estos servicios “punto com”, sino la gente que debe recibir de la ciencia y la técnica resultados que mejoren su calidad de vida.
En este caso, su comunicación e inserción en el mundo global. Su información y formación cotidianas, para que al tomar decisiones, se vean facilitadas las acciones posteriores.
De no ser así, el espejismo de una Internet para todos, libre y democrática, se habrá corporizado, y nada ni nadie podrán resolver los desequilibrios que ocasionan las recetas apresuradas, la impericia o la ausencia de sensibilidad y respeto por el componente humano: Principio y Fin del acto comunicacional y no un meo elemento que algunos rotulan de consumidor, usuario o sujeto, olvidando a la persona, en definitiva el destinatario de todo mensaje, de toda invención humana.
AUTOR: GUSTAVO D´ORAZIO, presentado en el Concurso Nacional de Creatividad y Periodismo, organizado por la ACADEMIA NACIONAL DE PERIODISMO, AÑO 2000/1.
[1] Steinberg, S.H. “500 años de imprenta”. Zeus, 1963.
[2] Pizarroso Quintero, A. “Información y Poder”, Eudema, 1993.
[3] Idem Op. cit. ut supra.
[4] Idem Op. cit. ut supra.
[5] McLuhan M. “La Galaxia Gutemberg”, 1962.
[6] Esta idea se halla presente en “La Galaxia...”, aunque más desarrollada en “Comprender los Medios de Comunicación”, de 1964.
[7] Esto sucede tanto en los EE.UU. como en otros países industrializados. En la Argentina, recién en la década de 1960 se incrementa el número de receptores de TV.
[8] De la entrevista de Ana D´Onofrio a R. Bradbury, publicada por “La Nación”, en el suplemento Enfoques, del domingo 20 de agosto de 2000.
[9] Extraído de la nota aparecida en el diario “La Prensa”, el 4 de julio de 2000, firmada por Ximena Abeledo.
[10] De la entrevista realizada por Robert Boynton para la revista Rolling Stone, de julio de 2000.
[11] Fragmento de la entrevista de A. D´Onofrio, ya citada.
[12] Ver “La fragilidad de la información”, por Leonardo Sosa, en Argiropolis.com.ar/papers,
5-7-00.
La Primera Revolución
Los avances de la ciencia y la técnica, desde una perspectiva histórica, siempre influyeron en la vida cotidiana de las personas, aunque no del mismo modo.
Con la aparición de la imprenta moderna (de tipos móviles y metálicos; creada y mejorada por Johann Gutemberg[1] entre 1434 y 1456), la difusión de ideas se hizo más popular, aunque sin generar un cambio profundo en la apropiación del conocimiento.
Poder y saber continuarían unidos aún por siglos, negándole horizontalidad a esa explosiva amalgama de factores que, recién después de la Revolución Francesa (1789) y otros acontecimientos de la Vieja Europa y el Nuevo Mundo, iniciaría una complicada y sinuosa evolución, hasta arribar a nuestros días.
Entre medio, siglos de oscuridad e instantes de luz cobijaron a soñadores, insurrectos, sabios e inescrupulosos.
Tanto en Oriente como en Occidente, las pequeñas anécdotas cifran conquistas y desencantos sugerentes. Baste para ello acercarse al texto “Información y Poder”, del español Pizarroso Quintero[2], para comprobar como bajo distintas ideologías políticas y creencias filosóficas, los procesos de concentración y extensión de la información (flujo) marcaron avances y retrocesos de un rumbo global, que instaló a la humanidad en un mismo cuadrante de tiempo, pese a que las agujas de ese reloj universal no marcharan a un ritmo similar, en Africa o en el mundo musulmán.
“El triunfo del libro impreso –afirma P. Quintero- trajo consigo la consolidación de las lenguas vulgares, lo que significaba su “democratización”, pero al mismo tiempo su “provincialización”. Con la imprenta sólo triunfaron algunas
lenguas vulgares, que tendieron a convertirse en lenguas nacionales desplazando definitivamente a otras muchas que, por razones políticas, no fueron favorecidas por el nuevo invento, como susedió en el caso de Francisco I de Francia, quien prohibió cualquier impresión que no fuese en “francien” (dialecto parisiense), perdiéndose así, para la cultura escrita, otros dialectos que coexistían en su reino”[3].
“Los primeros cien años de la imprenta -agrega- produjeron un cultura libresca que no era muy diferente de la manuscrita producida en la época inmediatamente anterior. Probablemente, no se puede comparar la trascendencia del salto de la comunicación oral a la escrita con la que supuso la transición del manuscrito al impreso. Sin embargo, el paso del mundo manuscrito al impreso no es simplemente cuantitativo, puesto que ello significó, además, que de un determinado texto se pudieran producir un gran número de copias en un tiempo determinado y que, tras la imprenta, este proceso se multiplicaría ad infinitum”[4].
Un texto escrito manualmente conserva todavía un carácter íntimo, privado. Y su difusión , más reducida, está limitada a un círculo breve de lectores.
El mecanismo de la impresión, incorpora entre el escritor (escribiente o copista) y el lector un elemento técnico extraño, distanciador y despersonalizante, que hace de la palabra impresa algo sacro -ajena a la mano del hombre-, que se objetiviza y convierte en documento indubitable.
Al menos eso sucedió en algunos ámbitos culturales, perdurando hasta hoy.
Esta verdadera revolución, no fue brusca, de todas maneras. En el siglo XV aún circulaban numerosos libros, noticias y sueltos manuscritos, que convivían con “los impresos” en letras de molde.
“Civilización Gutemberg”
Se dice que ya en el 1500, la producción de libros impresos (unos 8 millones en Europa) superaba a la suma de todos los volúmenes manuscritos de los mil años anteriores.
El noticierismo manuscrito, por su parte, floreció en el Viejo Mundo poco antes de la aparición de la imprenta, y alcanzó sus mayores tiradas en convivencia con ésta.
A los calendarios que Gutemberg imprimió en 1448, en su taller de Maguncia, se le agregaron las cartas de indulgencias que pronto serían producidas “en masa” por todos los impresores europeos.
Asimismo, por razones económicas, y de interpretación del mercado que se advertía, estos artesanos, cuyo oficio consistía en escribir con plomo, empezaron a editar breves historias sobre acontecimientos recientes (“ocasionales”), sencillos de imprimir y rápidos de vender.
De hecho, la mejora en las comunicaciones, la existencia de ciudades cada vez más populosas (e interrelacionadas) y un cierto número de lectores, garantizaba la salida de información acerca de los descubrimientos, los viajes y el comercio en aumento, en una nueva civilización.
Las cartas de noticias y los “avisi” a mano poseían un carácter más privado, aunque se vendieran; en cambio la presentación impresa, imponía otro tono, estandarizando (o
igualando) el mensaje en una multiplicación rauda y perfecta.
La simultaneidad de ambas formas de “comunicar”, se registró casi por dos siglos. Esta convivencia de técnicas irá desapareciendo gradualmente, hasta que en el siglo XVII aparecen las primeras publicaciones periódicas, semanales, llamadas gacetas.
Se inicia así la historia del periodismo y su estrecho vínculo con los cambios tecnológicos. Primero, bajo elaboraciones esporádicas, luego con un ritmo preciso (anual, semestral y, por fin , semanal) y un sentido de actualidad que valorizaba “el hecho” dándole una primitiva categoría de noticia.
Notas de viajes, datos sobre el comercio, pronósticos astrológicos, carteles o anuncios ; decisiones de la Iglesia, de las Cortes; la Biblia y otros textos inundaron de papel el micromundo (ampliado y alterado) de la Edad Moderna.
Pero no era sólo papel. Sus contenidos podían ser tan o más peligrosos que los provenientes del prolijo amanuense.
La censura y los controles del Estado, no tardaron en instalarse al comprobar que la furia estaba desatada. No era lo mismo un copista y sus decenas de ejemplares (lentos y primorosos) que los miles de impresos arrojados por la máquina velozmente.
“La salvación” –entendida y ejercida por quienes no deseaban compartir los efectos positivos del invento, y únicamente observaban las “nefastas consecuencias”que de él podían emanar-, provendría de los escasos alfabetizados (en franca expansión, entre los siglos XVII y XVIII) y de las prohibiciones eclesiásticas y monárquicas.
El saber, el conocer, el informarse ya no serían tan simples de custodiar.
La imprenta había irrumpido con una fuerza inimaginable, que modificaba la difusión de las ideas, intensificando su propagación, al expandir (como nunca antes había ocurrido) un hecho, una frase, un nombre, una verdad o una mentira.
La Era Electrónica
Si la invención de los tipos móviles de Gutemberg forzó al ser humano a comprender en forma lineal, uniforme, concatenada y continua [5], el paso de un espacio acústico (donde reinaba la palabra hablada y las emociones, sin dirección ni frontera) a otro más estructurado, con límites precisados (bordes, márgenes y caracteres definidos, renglón por renglón), trajo una novedosa forma de pensar y actuar en el espacio, siguiendo un orden y una racionalidad que no solo influyó en las comunicaciones.
“El pensamiento lineal -sostiene McLuhan- produjo en la economía: la línea de montaje y la sociedad industrial; en la física: las visiones newtoniana y cartesiana del universo como un mecanismo en el que es posible localizar un suceso en el tiempo y el espacio; en el arte: la perspectiva; en la literatura la narración cronológica”[6].
Este impacto de los progresos tecnológicos modeló estadios, que construyeron eras o etapas en el largo camino de la comunicación humana. De la era preliteraria o tribal (cuando la palabra era reina y el oído rey), se pasó a la vigencia de la palabra impresa y al dominio del ojo; con la aparición de la electrónica, irrumpe un compromiso sensorial más abarcativo (totalizador), donde todos los sentidos son juglares de la corte real, sin rey ni reina.
Siguiendo las métaforas de McLuhan (1911-1980), ese teórico canadiense, único e insustituible a la hora de analizar los mass-media, el ciclo de mayor influencia de la prensa periódica, con uso pleno de las técnicas adopatas para la difusión y distribución de noticias, se registra entre los años 1870 y 1914.
En este período -conocido como la Edad de Oro, también- se imponen los papeles impresos, que no tienen competencia.
Europa y América lanzan, entonces, periódicos que aún hoy se editan, insertándose en un mercado propicio para lectura, el debate y la información. Por consiguiente, se afianza una profesión u oficio: la del periodista, y surgen -con estatura propia- las editoriales, las agencias de noticias y los sistemas de distribución que debían garantizar la llegada del material periodístico a la redacción, o del diario al lector .
Hasta ese momento, el periodista o redactor escribía para el ojo, y de manera manuscrita hasta que, en 1874, la firma Remington comercializó un invento ruidoso : la máquina de escribir.
Un nuevo paradigma encuadraba, ahora, a los escritores; separando de quienes se negaban a abandonar el lápiz (o el plumín y el tintero) a los que reconocían en el avance -en esa máquina personal- una forma distinta de crear, de extender el pensamiento y convertirlo en escritura impresa.
Aprender a digitar un teclado de letras dispersas, alineadas según un orden antojadizo, fue un pequeño-gran desafío que alejó (o demoró) a los más conservadores, pero aglutinó a los vanguardistas: inquietos y jóvenes que, rápidamente, comprendieron cómo la tarea periodística, la comunicación humana, estarían siempre sujetos a los avances de la ciencia y la tecnología.
Resistencia, rechazo y aceptación son las actitudes esperables ante la aparición de nuevas herramientas; nuevas ideas, concepciones y verdades. Nunca ha sido inmediata y generalizada la incorporación (comprensión) de inventos o procesos, teorías o descubrimientos.
Irrumpir en el “status quo” de un momento sociopolítico determinado, con dispositivos tecnológicos o modelos de pensamiento diferentes -alternativos, desconocidos- moviliza estructuras muy arraigadas en la cultura individual y colectiva.
Sólo las mentalidades más flexibles se hallan dispuestas a ensayar, y dudar de lo usual y heredado, sepultando dogmas cuestionables o perimidos, que -finalmente- serán reemplazados por otros que, a su tiempo, podrán sustituirse también.
Así se explican las persecuciones, los desvelos y temores que sufrieron , históricamente, los seres originales e innovadores que torcieron el rumbo de la humanidad, al hacer públicas sus invenciones: valoradas y asimiladas -en muchos casos- tardíamente.
Volviendo a la prensa y al libro, estos jamás pudieron desvincularse del rótulo “poderosos agentes de cambio”. Es que a través de ellos -y con el cine, la radio y la televisión, más aún- experimentamos el mundo, interactuamos los unos con los otros y utilizamos los sentidos físicos como la razón.
Para informarnos, para distraernos, para conocer y aprender. Para eso están los medios de comunicación, y el periodismo.
Sin embargo, cuando la radio hizo su aparición (1900-02), el único medio informativo, que era la prensa, perdió la exclusividad.
El cine (mudo -1895- o sonoro -1927-) cumple otra función, aunque haya sido empleado para documentar acontecimientos e informar mediante noticieros. Pero su misión primordial se ubica en entretener, conmover y relatar historias, reales o surgidas de la ficción, con actores.
La radiofonía, en tanto, transformó, con sus peculiaridades, la tecnología de la era del espacio acústico, redefiniendo los alcances y el formato del discurso hablado o de la oralidad pura.
Anteriormente, la escritura, la imprenta y el telégrafo electríco (1837, Morse), ya lo habían modificado al otorgarle otras cualidades y provocar efectos desconocidos sobre la organización social y cultural, que sobreviven en la era electrónica, interpretados ya por diferentes teóricos y escuelas de análisis.
De todos modos, el habla y la escritura mutarían una vez más, cuando la radio redujo al “discurso oral” a un solo sentido: la audición. Al ser escuchado, éste debió concebir una escritura para el oído, y como había sucedido antes con la palabra escrita, los cinco sentidos físicos del hombre volvieron a separarse, creándose la ilusión del habla.
El periodismo, en esta etapa, y con estas tecnologías, se encuentra maduro y cuestionador. Cuenta con trayectoria, ha diversificado sus canales o soportes de difusión y conoce sus debilidades y fortalezas. El público ya no es una entidad ignorada. Se lo evalúa y satisface, adecuando los mensajes a sus preferencias, necesidades y exigencias.
Para cada tema, cada hecho y personaje existen géneros y estilos que ajustarán el tratamiento, tornándolo atractivo y comprensible. Para cada medio (sea una editorial, una
agencia o una radioemisora): un tipo de audiencia, una determinada capacidad económica y una ideología que sustente sus opiniones y marco ético. También, crecen en paralelo, las organizaciones que reúnen a los medios, a sus trabajadores; a las agencias de publicidad, a los “expertos gubernamentales”que deben legislar contemplando los cambios, y a la industria de insumos para tornar posible la magia de estos “increíbles aparatos”.
Falta, tadavía, el arribo de la gran innovadora: la televisión que, aunque experimentada en 1925, cobra notoriedad y cautiva al público, recién en la década del ´50 [7], expandiéndose entre los hogares de clase media y media alta, primero, para luego masificarse y “penetrar” en las vidas privadas de la personas, que verán alteradas sus costumbres ante la presencia (y programación) de este amigable electrodoméstico (?).
Considerada por McLuhan “un medium” que requiere alta participación por parte del espectador, que debe involucrar casi todos sus sentidos, a fuerza de exposición, y tras la gestación de un lenguaje propio (que divide, fragmenta, altera, resume y repite), en la actualidad -control a distancia en mano- y otras posibilidades técnicas, como la de apreciar en simultáneo dos canales- esta idea es discutida por las nuevas generaciones de teóricos -y hasta el público-, conocedores de un diagnóstico que perfila a las audiencias de TV como “menos incluidas o ensimismadas, y más volátiles, flexibles y con suficiente retentiva, como para seguir dos estructuras de comunicación dispares en paralelo, mientras hacen otra actividad (comer, dialogar y hasta escribir)”.
De lo Físico a lo Virtual
El periodismo, por ende, se adaptó a las mutaciones del medio (aprovechando los aportes del satélite, el color, la miniaturización, la fibra óptica, etc.) y los cambios registrados en el comportamiento de las audiencias, sin olvidar que la imagen (fija o en movimiento) convive en la TV con la palabra oral y escrita, a un ritmo que debe dosificarse. Donde el punto de vista de la toma, o la estética de la escena, tendrá que equilibrarse con el contenido para no “vaciar”o “neutralizar” ese instante de la realidad, que ya no es el mismo del hecho real, sino una construcción subjetiva del medio, a partir de un modo particular de comprenderlo, transmitirlo, mostrarlo y contarlo.
“Mirar sin ver. Vivir sin ser”, es el axioma que mejor (¿o peor?) describe al espectador sobreexpuesto, bombardeado de información (mensajes escritos, hablados, imágenes, etc.), en esta conflictiva postmodernidad.
Creerse mejor comunicado por estar más informado o, lo que es más grave, confundir “conocimiento” con mera data informativa, sin sentido de aplicación o utilidad próxima, es otra de las ideas que flotan en el imaginario de estos tiempos.
Nada más alejado de estos intereses del mercado global, que la palabra clara (en nada confundida) del escritor Ray Bradbury, un intelectual vibrante que se anima a cuestionar los modelos de comunicación establecidos, cuando afirma: “Tenemos demasiadas comunicaciones, estamos demasiado comunicados, pero para qué. ¿Por qué se quiere estar en contacto con todo el mundo?. Yo -dice- creo en el contacto humano”[8].
¿En qué creen los periodistas actuales y las empresas que invierten en tecnología de última generación, para no quedar desplazados?.
¿De qué periodismo hablamos cuando las etapas antes señaladas, signadas o dominadas por un único medio (o tecnología), se superponen en el multimedia: una combinación de lenguajes y herramientas “todo terreno”, que muchos creen conocer y emplear, mientras los más cautos intentan bucear en sus aguas para determinar
-verdadera y científicamente- cómo será el Periodismo de la era Digital.
¿Una continuidad “aggiornada” del periodismo electrónico?; ¿un mix de excelentes microprocesadores, alta definición de imágenes e infinito -como veloz- almacenamiento de contenidos interactivos?..., o un interesante planteo de transformaciones, donde las posibilidades del nuevo lenguaje de la información todavía no está cerrado (resuelto), y caben miles de interrogantes, como lo destacó Ramón Salaverría, académico de la Universidad de Navarra, al participar del seminario “Periodismo e Internet”, celebrado en nuestro país[9], recientemente.
“Adios a la Máquina”
La frase sintetiza el parecer de Walter Mossberg[10]: el más poderoso (y polémico) columnista de tecnología en los Estados Unidos, que -por estos días- libra su propia guerra contra la elite tecnológica.
Pero a no malentender. Mossberg no está en contra del avance y la tecnología. Sí de la complejidad que se le incorpora para su uso y de la “mística” con que se rodea a un aparato, “una máquina”, que no es más que éso: un equipo que debe ser útil y accesible; no para unos pocos que cuentan con el dinero (y el tiempo o las ganas) para adquirir una PC, aprender a operarla y sacarle provecho.
Esa es la filosofía básica de este periodista que se preocupa más por quiénes accederán a la imformática y lo que hallarán en ella: ¿música, videos, encuentros virtuales, información útil para realizar viajes, compras, investigaciones educativas, entretenimientos, erotismo...?, que por comentar las “maravillas de la informatización” junto a las novedades del mercado que -habitualmente- patrocina y promueve el periodismo de CyT.
“¿...Y del periodismo, qué?”, se pregunta.
Menudo dilema, cuando hace apenas una década que la Revolución Digital se ha expandido por el planeta Tierra, y su preanuncio, paradógicamente en un libro, “Being Digital – Ser Digital”, de Nicholas Negroponte (Laboratorio de Medios del Instituto de Tecnología de Massachusetts – Media Lab, MIT), data de 1995.
No obstante, desde hace algunos años, los periodistas y las empresas editoriales, comenzaron a indagar en este terreno. Se presentaron versiones digitales de revistas, diarios, publicaciones en CD Rom, páginas o sites especialmente creados para “informar en tiempo real” y/o “entretener”, descubriendo que para crear y actualizar esos espacios requerían de recursos económicos, pero también del conocimientos y los profesionales aptos, que provenían de muy diversos campos: como la ingeniería en sistemas, el diseño y la escritura.
Las radios y los canales de TV no tardaron en posicionar algunos de sus programas en la Web. Con posibilidades de Chat, conexión en vivo, intervención en foros de opinión, envío de mensajes -mails-, selección de temas musicales, notas de archivo, lecturas, compra de merchandising y otras alternativas, cualquier deseo puede ser cumplido conexión on-line mediante.
¿Pero qué hace un hombre o una mujer recluido, frente a su PC, sin salir al mundo?, ¿qué le pasa a la gente que no quiere abandonar su casa, creyendo poder resolverlo todo desde la pantalla y el mouse de su procesador?.
Según Ray Bradbury, creador del todavía vigente “Fahrenheit 451”, “ni Internet, ni las computadoras, son malas en sí mismos, lo que sí puede ser malo es el uso que uno hace de ellos. Para mí es la gente la que tiene que decir cuál es la función de la tecnología en su vida, y cómo va a usarla”[11].
¿Y la función de este Nuevo Periodismo, que no es el de Tom Wolfe o Norman Mailer, preocupados por innovar en la forma de narrar, sino del conocido como “periodismo digital; on-line”, cuál es?.
¿Está definida, entre tanta disputa de marcas, ponderaciones tecnocráticas y detractores irreflexivos?. Parece que aún no.
La Revolución Digital
Existe sí un periodismo del tercer milenio, apoyado en las tecnologías que se imponen, aunque parece prematuro argumentar y precisar los mecanismos que operan en su generación y permanencia.
La fragilidad de esa información, soportada tan solo en bits y leída sobre cristal líquido, tornan más efimera la realidad, la memoria (personal y social) e impensados los riesgos que pueden representar la dependencia de almacenamiento y registro de datos en los cerebros de las computadoras[12].
Igualmente, periodistas, diseñadores e ingenieros no ignoran que las estructuras narrativas en los medios no lineales, son otras, o que la interactividad altera el rol del recpetor-
usuario, y convierte al espectador en un “constructor del relato”, gravitando aquí -sobre manera- las interfases concebidas.
Asimismo, en la cibercultura, un click o un ícono definen cómo y qué se destaca o aísla de una página; minimiza o maximiza, devela u oculta, interrelaciona o no.
¿El hipertexto (entendido como un concepto que narra, al igual que el diseño o la organización de pantalla), es producto de una vinculación intuitiva, emotiva, racional, meditada o se ejecuta mediante los pases del ojo, en respuesta al vertigo de la sociedad de la información y la acción de la mano?.
¿El periodista del año 2000, en la Argentina, es un animal apto para la navegación, el zapping y el surfing?. O sigue formándose para las redacciones informatizadas pero de diarios y revistas impresos en papel; y para las radios y canales de televisión tradicionales?.
El impacto de estos vocablos es mucho más concreto que una hilación discursiva, incomprensible todavía para muchos oídos e intelectos.
Es la demostración de cómo en Internet se concentra la mayor cantidad de información generada por el hombre, en los últimos tiempos; que la panacea de “la red de redes” no es tal: hacen falta recursos y habilidades para ingresar y saber salir con lo que uno buscaba, y lo que es más complicado: poder realizar una valoración crítico-reflexiva de lo que en ella se publica.
Al periodismo (tanto a la empresa como al profesional), le cabe, entonces, un desafío mayúsculo. Sin descuidar sus productos clásicos, conocidos (y que también se modernizan por la influencia de los otros medios), ingresar a estas modalidades novísimas de comunicación y no defraudar.
Básicamente, el gran desafío se sitúa en conocer qué se quiere ofrecer, a quiénes , cuándo y cómo. Si detrás de estas preguntas, faltan la experimentación, el ajuste a tiempo, la indagación permanente, la ética y las ganas de responder creativamente a los retos técnicos, políticos y económicos , la batalla estará perdida. Y los perdedores no serán exclusivamente las organizaciones proveedoras de estos servicios “punto com”, sino la gente que debe recibir de la ciencia y la técnica resultados que mejoren su calidad de vida.
En este caso, su comunicación e inserción en el mundo global. Su información y formación cotidianas, para que al tomar decisiones, se vean facilitadas las acciones posteriores.
De no ser así, el espejismo de una Internet para todos, libre y democrática, se habrá corporizado, y nada ni nadie podrán resolver los desequilibrios que ocasionan las recetas apresuradas, la impericia o la ausencia de sensibilidad y respeto por el componente humano: Principio y Fin del acto comunicacional y no un meo elemento que algunos rotulan de consumidor, usuario o sujeto, olvidando a la persona, en definitiva el destinatario de todo mensaje, de toda invención humana.
AUTOR: GUSTAVO D´ORAZIO, presentado en el Concurso Nacional de Creatividad y Periodismo, organizado por la ACADEMIA NACIONAL DE PERIODISMO, AÑO 2000/1.
[1] Steinberg, S.H. “500 años de imprenta”. Zeus, 1963.
[2] Pizarroso Quintero, A. “Información y Poder”, Eudema, 1993.
[3] Idem Op. cit. ut supra.
[4] Idem Op. cit. ut supra.
[5] McLuhan M. “La Galaxia Gutemberg”, 1962.
[6] Esta idea se halla presente en “La Galaxia...”, aunque más desarrollada en “Comprender los Medios de Comunicación”, de 1964.
[7] Esto sucede tanto en los EE.UU. como en otros países industrializados. En la Argentina, recién en la década de 1960 se incrementa el número de receptores de TV.
[8] De la entrevista de Ana D´Onofrio a R. Bradbury, publicada por “La Nación”, en el suplemento Enfoques, del domingo 20 de agosto de 2000.
[9] Extraído de la nota aparecida en el diario “La Prensa”, el 4 de julio de 2000, firmada por Ximena Abeledo.
[10] De la entrevista realizada por Robert Boynton para la revista Rolling Stone, de julio de 2000.
[11] Fragmento de la entrevista de A. D´Onofrio, ya citada.
[12] Ver “La fragilidad de la información”, por Leonardo Sosa, en Argiropolis.com.ar/papers,
5-7-00.
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