Pecado Venial
Empujado por mi desdicha
y ese (maldito) vaso vacío.
Un día de estos me decidiré a hacerlo. Traspasaré el umbral de mi casa y llevaré-disimulado en un bolsillo- el cuchillo más afilado que encuentre en la cocina.
Caminaré hasta la esquina y doblaré despacio. Con el rostro sereno miraré a mi alrededor. Luego, cuando ya esté en la mitad de cuadra, volveré a observar a los transeúntes, sintiendo que el filo del "tramontina" aún me acompaña, frío y seco.
(En minutos, apenas, sé que estará húmedo y pegajoso).
Al percibir que las miradas no me toman en cuenta; que soy uno más entre tantos caminantes, me atreveré a concretar el sueño reprimido por meses.
Ese deseo oculto, esa necesidad que ya no puede permanecer -por más tiempo- alojada en el inconsciente.
Tomo el "tramontina", frío y seco (todavía), y lo introduzco sin pena.
Noto que el pulso no vacila ni un instante. Corto rápido y seguro.
Un líquido verdoso comienza a correr por mis manos, hasta manchar los puños blancos de la camisa.
Con el gajo en el bolsillo izquierdo del jean, salgo disparado hacia la vereda de enfrente.
Exhausto, recorro un camino conocido, que me devuelve a la seguridad de la casa que habito.
Ahora sí. Lo observo tranquilo.
Después de la agitada misión, ese jazmín perfuma la soledad de mi cuarto.
P.D.: ...y el maldito vaso no volverá a estar vacío.
Primer Certamen Nacional Literario de la SOCIEDAD DE ESCRITORES DE GRAL. SAN MARTIN, BUENOS AIRES, Primera Mención, Cuento Breve, 2005.
LA REBELION DE LAS ESPECIES
Ese día el cielo rojo no anunciaba precisamente un milagro. El rojo, símbolo de la pasión y el amor fogoso, llamó la atención de los hombres que temieron "el final", o supusieron algo mucho más benévolo: un signo inequívoco de la presencia de un Ser Superior, desparramando bendiciones o alertando sobre el mal (y sus consecuencias) a pecadores y pecadoras.
Sin embargo, nada de noticias sensacionalistas. Nada de Apocalipsis, visitas de OVNIS, presagios o reacciones "maravillosas" de la naturaleza.
Era simplemente un grito. Un llamado de la Tierra, que el hombre común no había sabido interpretar, mientras que el poderoso -tal vez- no quiso oír.
Sólo un minúsculo grupo de hombres y mujeres comprendió el mensaje, y pese al tilde de "locos", siguieron los mandamientos biológicos, sin alterarlos, protegiéndolos, aunque con escasos resultados.
Ese día. El cielo rojo no fue la octava maravilla del mundo. Fue el inicio de una rebelión que las especies protagonizaron cansadas de tanto atropello.
"La biodiversidad de las especies está en peligro", rezaba un titular de la época.
El hombre, apresurado por ser, estar y vivir en el universo, olvidó (despreció) su ser, su estar -hábitat- y la vida misma.
Cuando eso llegó al límite, las propias especies -menos la más evolucionada: la humana-, dijeron "basta".
Y así fue que el cielo se tiñó de rojo y el hombre no supo qué hacer.
Dejó pasar el día y la noche, aguardando una explicación de los científicos, pero ésta no llegó.
Los medios masivos de comunicación, organizando la primicia, pernoctaron afónicos para ver las estrellas, mas éstas no volvieron a salir.
Nadie (excepto algunos "locos" naturalistas y respetuosos del medio ambiente) intuyó que lo sucedido se vinculaba con la Tierra y sus habitantes más despreciados.
Despreciados por el propio hombre que, en la escala zoológica, era el más dotado pero no el mejor. Maltrató a sus semejantes, a sus hermanos menores: los otros animales y hasta los vegetales.
La rebelión de las especies había comenzado.
Sus signos: el cielo rojo y la desaparición de los animales domésticos. Pocos repararon en el alerta. Pocos notaron las ausencias. Pero así fue como aconteció la peor de las crisis planetarias: cuando las especies dijeron "basta".
El hombre, antes, las había utilizado a su antojo. Experimentado con ellas, concibiendo mutaciones y revolviendo en sus genes; provocando al átomo y uniendo elementos jamás vinculados por la ética natural.
Así fue que dijeron "basta".
La caza, el abuso en el consumo y la depredación de forestas convocaron a plantas y flores, insectos y mamíferos, peces y musgos, árboles y arbustos.
Ante el atentado más espantoso de la historia de la humanidad, ellos se manifestaron en defensa de la Vida.
Durante siglos vieron cómo sus primas hermanas desaparecían, o evolucionaban erróneamente al no contar con el medio ambiente adecuado.
El hombre hizo el resto en nombre del progreso, la modernidad y el desarrollo.
Y aquel día nadie faltó.
Las arañas, los mosquitos, hasta las serpientes más venenosas comprendieron el grito del planeta, el llamado de sus entrañas.
Los manzanos y los abetos, el maíz y el girasol, los asnos y los toros, las jirafas y los leones, los gatos y los mandriles.
Los plátanos y las vides, el arroz y el lino. Todos, integrados como los había concebido el orden natural, dijeron "basta" y promovieron la rebelión de las especies.
El hombre, conectado al receptor de TV, a los noticieros de las emisoras de radio y desde su Pc al mundo , permaneció encerrado en su living sin observar qué ocurría fuera.
Al caer la noche del primer día, la rebelión era un éxito y el caos también.
Las plantas eliminaron sus frutos y hojas, quedando desnudas como esqueletos.
Las flores, neutralizaron sus aromas, convirtiéndose en réplicas artificiales de lo que habían sido.
Los animales cavaron fosas o se refugiaron en los bosques, las altas montañas y las profundidades de mares y cielos.
Desalojaron la Tierra y gritaron "basta". Hartos de la naturaleza humana y la depredación sin límites ni respeto, borraron su existencia de la faz del planeta, en signo de protesta.
Fue el inicio del fin. Un fin que el hombre no previó, creyendo "no inteligentes" a las demás especies, que eran analfabetas y no manipulaban tecnología.
Sin embargo, cuando sus hermanos empezaron a desaparecer, la capa de ozono a disminuir y dañar los cuerpos; la polución a contaminar pulmones, bránqueas y poros; cuando la fotosíntesis se transformó en una misión imposible; cuando los maizales dieron mazorcas defectuosas y las boas perdieron su fuerza, comprendieron que la extinción sería inevitable.
Sólo el hombre no comprendió a tiempo esos signos, y así fue que "la rebelión de las especies" no llegó a contar con una página en el Atlas que hoy indago en la pantalla de mi procesador esférico, pues no hubo humano que pudiera registrarlo.
Sí un perro, un buey y una margarita que testimoniaron aquella rebelión natural de principios del siglo XXI.
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